Published marzo 27, 2017 by

Antropología del duelo artístico

Existe un empeño casi febril entre sus señorías de retratarse para la posteridad y morar así junto a sus antecesores en los pasillos del hemiciclo. Una especie de testigo atemporal que haga de parapeto y les evite soga o patíbulo. Anhelan un lugar en la memoria del congreso para beneplácito y admiración de los futuros adalides de la democracia. Si la cosa estribase, como suele ser común entre los profesionales del sector, en que esos trabajos les sirvan de promoción a los artistas, resultaría más que digna y respetable (en especial para el contribuyente que se hace cargo de esas cuitas) no retribuir a los autores de tan magnificas obras. Tal vez la dignidad del servidor público, por una parte, y la contribución de la inmortalidad, tanto del nombre del artista como de su señoría, por la otra, tirarían de un patriotismo que honraría sus respectivas memorias.

En modo alguno quiero que se me entienda que mi deseo deriva hacia denigrar o menospreciar el trabajo de los artistas implicados (cotizado o anónimo, me importa un rábano). No obstante, si en realidad sus señorías quieren hacer algo en pos de los artistas españoles que necesiten de un pequeño impulso en sus carreras, creo que ése sería un buen trampolín. Y este pequeño aspecto lo traigo ahora aquí porque me cansa tener que soportar (lo he sufrido en mis carnes innumerables veces y a buen seguro cientos de miles como yo) las infames proposiciones por parte de los profetas del business. Me refiero a esa maldita expresión «… te servirá para promocionarte», que produce arcadas y posteriores vómitos tamaño manguera de riego a presión, al estilo obeso mórbido de Monty Python en El sentido de la vida.

Y resulta que, cuando oigo a los listillos de turno emitir aquella frase ignominiosa, me viene a la memoria las indecencias que hemos de tener que pagar todos de nuestros bolsillos, esos magníficos retratos de sus señorías que lo mismo cuestan 22.000 euros que 220.000, a la imaginería del ministro y según antojo de la pose y ambientación. Vean si no a todo un exdirector de la guardia civil retratándose con medallas de mérito militar sin serlo, o ese magnífico exministro de defensa y expresidente del congreso defendiendo a capa y espada el sentido suntuoso, solemne y sepulcral del asunto. Unos que cobran en exceso y otros que se ven obligados a veces a regalar su trabajo. Las idiosincrasias de la vida, si estas se pagan con pólvora del Rey, o no, y si a quien se paga es a un amiguete, o no.

Quisiera comprender lo que suele ser incomprensible, es decir, qué regla no escrita se ha de seguir, y cómo se regula esa regla no escrita, para que un ex ministro o ex presidente decida por imperativo legal retratarse, cómo elegir al artista, qué baremos se suelen contemplar, qué clase de tasación es la que regula el calibre para calcular el costo real, por qué no existe un concurso público de méritos… y dejo ya de parafrasear cuestiones que nunca van a ser respondidas con claridad.

La solución siempre es la misma: una elección a dedo y el pago a capricho del autor, según su caché (¿?). Usted pague y punto, que lo bonito y solemne que quedan los retratos en las paredes del congreso son de rechupete. Además, serán cotejadas por las futuras señorías; por historiadores que visitarán para estudiar a priori, y narrar a posteriori, sus aventuras y desventuras por el estado de derecho; y lo que disfrutarán los más pequeños de la casa cuando vayan con sus papás a verlos en los días de puertas abiertas, cuando sus señorías hayan pasado a mejor vida. Pues sí, esa parece la intención real… Cuando hayan pasado a mejor vida dejarán su impronta en el templo de la democracia. Una democracia que por detrimento de sus propias señorías cada día que transcurre viene siendo denostada y vilipendiada, voluntaria o involuntariamente por sucesivas peores copias generación tras generación. Porque este es un país cainita y envidioso, y si uno roba, todos quieren; del mismo modo que si uno es o se comporta como un idiota, todos los demás quieren la misma porción de tarta. Culo veo, culo deseo. A algunos se les nota más que a otros y por eso suelen pillarles con las manos en la mierda. Les delata la ambición y esa avaricia que les envenena vengan del lado del hemiciclo del que vengan

Esa ambición de ser retratado para la posteridad va in crescendo con los años, hasta el punto de copar titulares de prensa. Este o aquel exministro ha colgado su retrato en el congreso, a este le ha costado setenta y tantos mil euros, a aquel doscientos mil... Forma parte de lo que supone desde hace siglos un ritual del duelo en vida, eso de dejar constancias de la trascendencia del fulano a través del tiempo, de su cancillería y denuedo en servidumbre al estado o autoridades del momento. De algo de eso habla La muerte derrotada: antropología de la muerte y el duelo (Belacqua, 2007), del antropólogo, historiador de religiones y escritor Alfonso María Di Nola. Desgraciadamente descatalogado, el ensayo es bastante esclarecedor e interesante, disecciona tanto los diferentes ritos según la cultura social en la que se enclava el ser humano, así como los orígenes, sus rituales y supersticiones. Desde el principio de los tiempos, y en todas los estratos sociales y económicos de la historia, el ser humano cumple con una serie de rituales fúnebres como respuesta ante la pérdida, como duelo por la eterna ausencia, como recordatorio en la memoria colectiva. Un ritual entre lo religioso y lo supersticioso, porque tal vez la falta de respeto al extinto enfurezca a las diversas divinidades, que maldecirán a quienes denosten lo sagrado de la existencia al final de la vida, justo en la despedida o en los prolegómenos hacia otro camino. Entre todos esos rituales, según la sociedad y costumbres populares del grupo, no sólo el ritual del duelo se practica una vez el individuo ha fallecido, sino también en las postrimerías del fatal desenlace, así como en sus efemérides como recuerdo de su estancia entre los vivos. Para ello, incluso se erigen imágenes o símbolos que se han formado o construido en vida para su recuerdo, reconocimiento, homenaje o adoración. 

La verosimilitud y auténtico significado de esos retratos (impostados) de sus señorías vienen a determinar la emulación de todos esos históricos personajes que, mal que bien, pasaron por el congreso, por reinar o por gobernar este país. La conciencia les hace querer imitar la solemnidad de aquellos que admiran o fueron parte de la historia gloriosa (u oscura). Contemplan esos retratos de reyes, gobernantes, clérigos y otros adalides y les habla la conciencia al oído: «tú también eres parte de la historia de España». Y allí que se zambullen en su ritual antropólogo de la muerte, a cumplir con el deseo de ser recordado por la mirada de posteriores generaciones y disfrutar en vida de ese legado. Que se les recuerden una vez fenecidos en esos rituales de duelo que parecen ser las jornadas de puertas abiertas del congreso, donde niños y mayores se sientan donde se sentaron Mengano o y luego podrán verles en esos maravillosos y solemnes retratos, o viceversa.

Que no, que no estoy denigrando esa impostura, que hasta procede tener sentido ese ejercicio de egocentrismo patrio. Lo que me parece un acto de soberbia y desproporcionado, además de poco ético y democrático, son las formas: elección a dedo y cotización a  del autor (como el que paga es el contribuyente…). A falta de cámaras de fotos, las Cortes siempre contaron con artistas de contrastada calidad en sus pinceles y ojo fotográfico puestos al servicio del Reino. Obras de un valor incuestionable en su mayoría. Sin embargo, después de Velázquez el sentido del realismo retratado llegó con el daguerrotipo —conste en acta, señoría, que esto es una opinión muy personal. El realismo pictórico dejó ya de tener sentido a día de hoy, porque después de aquel genio incomparable ya no hay nada más realista que la propia fotografía. Y con la película en color, y nadando en esta revolución digital que nos desborda de superchería silícica, que tan fácil resulta darle clic a un botón e imprimir un formato de alta resolución para terminar enmarcando debidamente el producto, me parece una falta de respeto y un despilfarro económico, que pagamos todos, seguir incurriendo en el decimonónico sinsentido ritual de duelo del retrato en lienzo para colgar de la «pinacoteca de retratos políticos más importante de España». Apostar por una bonita fotografía de estudio, imprimir, enmarcar y listo es la solución definitiva que mediaría en la lógica creativa con los tiempos que corren. Porque si al menos esos retratos tuviesen un miserable valor artístico, este amago de antropología del duelo artístico quedaría en agua de borrajas. ¿O es que el ojo de un fotógrafo es menos artista?








© Daniel Moscugat, 2017.
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