Published marzo 15, 2017 by

Tempestuosa soledad

Intentar explicar a las hordas de profetas de la poesía que el verso libre no es tan libre como parece en un principio y que necesita de estructuras para poder ser, al menos, entendida, es entregarme al vilipendio. Aun así, me ilusiona mostrar mi absoluta falta de conocimiento al respecto y continuar viviendo en la felicidad que produce la ignorancia. Es el único escenario en el que uno puede seguir intentando poner una palabra tras otra con cierta dignidad y no ser agitado por las turbulentas aguas del conocimiento exacto de los millones de ángulos que cada predicador profesa en cada esquina.

Como digo, y voy al grano (que no desearía eternizar esto porque los hay más y mejores doctos en la literatura que este mequetrefe que les escribe) el verso libre mantiene un ritmo y una constante, que si bien aparentemente no se sujeta al mal llamado encorsetamiento de estrofas y versos métricos, lo cierto es que mantiene una estructura de elocuencia y ritmo interno. Traigo aquí un ejemplo minúsculo para visualizarlo de una manera sencilla e intentar ejemplificar el porqué estructuré uno de los poemas incluidos en “Jazmines para una Biznaga” del modo en que quedó plasmado y que dejo al final de este post.

Emilio Alarcos Llorach calificó el poemario “Hijos de la Ira”, firmado por Dámaso Alonso, como “un libro poético intenso y penetrante”. El propio Dámaso era consciente del espíritu revolucionario de su texto. El preciosismo de sus versos estribaban en una una elegancia exquisita, un léxico diría que brillante, metáforas llenas de destellos luminosos… De ese libro extraigo las primeras estrofas del poema ‘La madre’. Y digo primeras estrofas porque es un poema intenso y extenso y por facilitar la comprensión en la medida de lo posible; tampoco se trata de hacer un doctorado al respecto, pero como mi tropelía va a ser ciclópea me voy a conformar con dar unas pinceladas de ignorancia para evitar que las carcajadas sean demasiado ruidosas. No obstante, no es el único modelo que voy a traer, ni será el último que traiga por aquí para mostrarlo. Ya dedicaré más entradas en este blog que hablen de versos libres. Leemos:

*LA MADRE

No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
                   deformados por el veneno del reuma.

No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.(…)

Así a vuela pluma vemos ya una serie de signos evidentes que acompañan las estrofas de un modo explícito. Las repeticiones en los versos: “que estás llena de… , que estás llena de … , que … , que … ,”. Estos versos, además, van cargados de ideas expresivas cuyos mensajes recuerdan al anterior: arrugas (cansancio en la vejez, o la presencia visible de ésta y sus achaques), sueño (consecuencia de la primera idea expresada), se te han caído los dientes (consecuencia de la primera idea), etc... En la siguiente estrofa, aunque parece no utilizar del mismo modo las repeticiones, quedan expresadas implícitamente si leemos la estructura de igual modo que en la estrofa anterior:  “No importa”, y continúa: “Tu eres siempre joven, (=) () eres una niña, (=) () tienes once años.(=) …() eres para mí eso: una candorosa niña”. Deja constancia pues, en ambas estrofas, la idea de lo que era para él su madre, una candorosa niña: caracterizando de esa manera tan elocuente a las personas que ya están ‘llenas de arrugas’.

Podríamos indagar mucho más tan sólo en estas dos estrofas, pero creo que es suficientemente visual como para entender la estructura que nos enseña Dámaso Alonso en el inicio de este magnífico poema de su más que revolucionario “Hijos de la ira”. En pocas palabras, la revolución del verso libre también estaba sujeta a una estructura singular y objetivamente construida con sentido, por lo que nada quedaba al azar ni todo estaba justificado porque sí. Es decir, que la llamada a escribir un verso tras otro libremente conlleva una responsabilidad, que consiste en conocer también técnica (esta y otras más que veremos más adelante) y estilo antes que la estética. La poesía es un complemento de ambos conceptos, técnica y estética. Pero todavía quedaría incompleta si no existe una reflexión tras lo que se escribe. ‘Poesía es reflexión’, como ya he comentado algunas veces que diría el maestro Machado.

Es por ello que para poner en evidencia mi torpe adiestramiento me atreví en su momento a imitar la técnica del maestro. Y recordando sus versos, inspirándome un poco en ese olor, en ese magnífico y revolucionario “Hijos de la Ira”, escribí este poema que incluí en Jazmines para una Biznaga. Les dejo la reflexión sobre la ambigua dualidad del recuerdo y la memoria, en la que dependiendo del estado en el que se recuerden las cosas así significará para nosotros: luminosa como una eterna primavera o turbia como el insomnio de una tempestuosa soledad. En ese intervalo pueden pasar largas temporadas o breves minutos. Sería muy pobre caer sólo en el aspecto estético de esos versos por lo que hay encerrado más allá. En definitiva, este modesto poema intenta aspirar al existencialismo. Espero sean indulgentes conmigo…



                   TEMPESTUOSA SOLEDAD

Amanece...
siempre sucede cuando amanece,
cuando abres los ojos,
cuando la luna ocultó ya su ensoñación;
es entones cuando la luz del sol ilumina la alcoba
y me miras y tu corazón ilumina mi sangre,
y sonríes y la callada música de tus labios
ilumina el vigoroso canto de una eterna primavera.

(La suave brisa
de tus párpados...)

Y desperezas...
siempre sucede cuando desperezas,
cuando te retuerces entre las sábanas,
cuando tu piel se estira y recuerda tu mocedad,
cuando tus senos se agitan y reafirman su turgencia,
es entonces cuando una tempestad efímera azota las paredes;
porque tus ojos se cierran,
porque tus labios se entreabren,
porque tu pecho toma aliento para inmolarme
con el ciclón de tu garganta,
ciclón débil y aterciopelado.
(La tempestad... después la calma:
mansa como tus bostezos.)

Abres los ojos y me miras,
y parpadeas y me acaricia la brisa,
y me miras y me iluminas,
y sonríes y me cantas...
pero callas:
me ensordece tu silencio,
me incomoda tu ausencia,
me irrita tu distancia.

Y amanece...
siempre sucede cuando amanece,
cuando abro los ojos,
cuando la luna ocultó ya su ensoñación;
es entonces cuando me perturba la distancia,
y miro tu ausencia y te imagino,
y entonces comprendo que mi alcoba
es ahora una tempestad infinita.

Tu ausencia presente.
Tu presencia ausente.
Y mi soledad ya no duerme.



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© Daniel Moscugat, 2016
© Jazmines para una Biznaga, 2016
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* Hijos de la ira, Castalia, Madrid 1986. 
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