Published abril 24, 2017 by

La insoportable levedad del ser

Ha sucedido por enésima vez, y no será la última. Aún quedan muchos más escándalos por presenciar. De nuevo un responsable político cazado y (sorpresa) encarcelado provisionalmente por una sarta de delitos que más parece la lista de la compra. No hay palabras para expresar la suprema indignación que produce el saqueo al que nos han sometido los casi novecientos imputados por corrupción hasta la fecha... Han leído bien. ¡¡Novecientos imputados!! Ahora se les denomina investigados para dulcificar la desfachatez, la poca vergüenza, la ilegitimidad y la deshonra. Lo que algunos continúan llamando crisis económica es en realidad saqueo indiscriminado, primordialmente por crisis de valores y falta de respeto a los contribuyentes, a los que levantamos el país (si mi amigo puede robar, ¿por qué yo no?).

Que el altivo, orgulloso y cara dura otrora presidente de la comunidad de Madrid ingrese en prisión por el cúmulo de delitos, ni tan siquiera las lágrimas de la Espe serán capaces de convertir ese desierto de honradez en un vergel de dignidad. Pero esta punta del iceberg oculta muchas más miserias que también son merecedoras de denuncia, aunque lo cierto es que la creciente polarización de la política mitiga cualquier acto de decencia, dado que ya no se cuentan ciudadanos por electores, sino por acólitos y sectarios. Y este país no sólo es capaz de tolerar estas barbaridades que se perpetran en nombre de la democracia, sino también las alientan. Ahí tienen las encuestas del CIS que continúan dando como ganador a la organización política más corrupta de Europa, contribuyendo así a que España esté en la dudosa lista de los países más corruptos del mundo ocupando el puesto cuarenta y uno de ciento sesenta y siete censados, al nivel de Costa Rica o Georgia y percibidos como uno de los estados más corruptos en la zona europea. Es tanta la acumulación de basura, estamos sumergidos en tanta hediondez y se ha prolongado durante tanto tiempo, que nos hemos habituado a ella y la fetidez ya no nos produce náuseas, ni siquiera percibimos mal olor. incluso lo aceptamos como mal menor; mientras la mayoría escape de la quema, nadie moverá un dedo por ayudar al que se ahoga en detritos.

No voy a entrar en la parte de culpa que también tiene el dichoso partido que puso en activo un código penal que aprobó deprisa y corriendo, cuyas lagunas ya las vemos a distancia como columnas de humo en el horizonte perdido de la honradez de tanto como arde en las alcantarillas, y las vergüenzas que restan por quedar al aire como consecuencia del fallido código penal. Tampoco hará falta lanzar la madre de todas las bombas en Afganistán para conseguir elevar la cota de popularidad de la ineptitud y el caciquismo entre la población. Aquí sólo es necesario tener voluntad de hacer mal las cosas para conseguir resultados asombrosos. Con tal de evitar que intenten enmendar la plana desde la oposición es preferible que sigan robando los de siempre, porque más vale malo conocido que bueno por conocer.

Hace unos días el flamante premio Cervantes 2017, Eduardo Mendoza, hacía esta reflexión  a la que me sumo de pleno: «Vivimos tiempos confusos e inciertos. No me refiero a la política y a la economía. Ahí los tiempos siempre son inciertos, porque somos una especie atolondrada y agresiva y quizá mala, si hubiera otra especie con la que nos pudiéramos comparar». Sí, debemos asumir nuestra parte de culpa por tanta mezquindad, tanta maldad, tanta corrupción. Nosotros, especialmente aquellos que son incapaces de hacer autocrítica y que se exculpan de cualquier responsabilidad. Porque si te engañan una vez, cierto es que la culpa no es tuya. Si lo hacen por segunda vez, la culpa te corresponde por completo.

Que este es un país tan maravilloso como esperpéntico no es nada nuevo. Si Ramón María levantase la cabeza, probablemente lloraría de la emoción, porque encontraría en la actualidad que manejamos material más que suficiente como para crear otra vida literaria para la posteridad; nos dejaría retratos de nuestro querido y abandonado país probablemente impagables. España, como tilde en esa  ‘e’ de esperpéntico, es hoy, por desgracia y durante muchos años, el país de «que lo haga otro», o peor aún, el de «mañana lo hago». Un ejercicio de procrastinación perpetuo. El país de la desgana, del relax y de la fiesta, de la terracita y la cañita. Mañana arreglaré los papeles. Mañana dejaré de fumar. Mañana llamo por teléfono. Mañana comienzo la dieta. Mañana voy a verte. Mañana limpio la cocina. Mañana compro los billetes. Mañana doy explicaciones... Mañana, efeméride que sólo existe en nuestra imaginación colectiva de futuro inexistente. Y cuando se presenta la fecha, a correr para solucionarlo todo, y solucionarlo mal, porque las prisas nunca son buenas consejeras y quien mucho corre, atrás se halla, como decía mi abuela.

España es ese país que acumula personajillos a quienes se les da una gorrilla y se autoproclaman presidentes de la calle o de los metros cuadrados que tienen para dosificar parquímetros, y gobiernan la conducción de cuantos incautos penetran en sus lindes, o bien te miran de reojo tras el mostrador como si te perdonasen la vida al concederte el privilegio de poder cursar el trámite de una solicitud, sin mediar siquiera un miserable buenos días.

España es ese país que acumula peregrinos cascarrabias en todos los movimientos artísticos, señalando con el dedo (mal educados) a quienes pretenden salir del cascarón con sus primeros movimientos, o bien, si lo consiguen, les señalan por no estar bajo sus dominios. Esos que vigilan con ojo avizor y someten en su picadora de carne a los que deciden que no valen, o a quienes cuestionan su corbata, sus actos o su verborrea, o a los que deciden prescindir de su honorable presencia, o a quienes intentan contradecir cualquiera de sus mandamientos, cuál Moisés bajando del monte Sinaí enfervorizado ante su pueblo por abandonarse al becerro de oro y no someterse a sus sagrados preceptos.

España es ese país donde los méritos se deciden por consenso. No importa la calidad, sino la cantidad de títulos que seas capaz de acumular, porque son los que proporcionan la vida eterna en el mundo fantástico de las apariencias y las excelencias.

España es ese país de señoras que denuncian a un concejal por la execrable decisión de permitir publicitar el carnaval con un cartel de carácter iconoclasta, e incluso se permiten el lujo de sugerir la temática a evitar para futuras ocasiones.

España es ese país que compara y pone al mismo nivel a un senador que bebe coca-colas, pese a oponerse a su consumo, con el ex ministro más corrupto de la historia de la democracia española y al que se le siguen atribuyendo el milagro económico de principio de siglo.

España es ese país que pretende condenar a un profesor a cuatro años de cárcel por ejercer como docente y manifestarse para defender su profesión y puesto de trabajo.

España es ese país (el único país de Europa) donde se juzga y condena con penas de cárcel a los cómicos, a los humoristas e incluso a cualquier individuo de a pie por hacer chistes de mal gusto, incluso aunque el atenuante tenga mayor relación con poseer menos luces que un barco pirata que con la realidad en la que debemos vivir.

España es ese país donde la justicia condena a un ciudadano ejemplar a dos años y medio de prisión y por tener parentesco con la familia real le permiten el pasaporte, libre circulación para viajar por donde quiera y tener residencia fuera de nuestras fronteras.

España es ese país donde los primeros que han de dar ejemplo de solidaridad y empatía demuestran ser hábiles legisladores que permitan muros y fronteras, apostar por lo que nos separa y no por lo que nos une; porque les importa un pimiento y medio rábano de china los desahuciados, los sin techo, los desfavorecidos, los refugiados, los ciudadanos con escasos recursos... los más vulnerables de la sociedad. Pero a los bancos hay que cuidarlos y rescatarlos. La mayor preocupación de todos estos saqueadores de la palabra y la democracia es, aparte de desajustar lo que casi funcionaba por sí sólo, embolsarse todo lo posible y engrosar el patrimonio personal. Sálvese quien pueda, y aquí paz y en el cielo gloria.

España es ese país donde los niños no saben quién es Marcelino Sanz de Sautuola ni tienen puñetera idea de lo que hay en las cuevas de Altamira, ni qué es o qué significa Atapuerca, ni siquiera quienes son Séneca, Platón o Aristóteles. Y peor aún, los futuros gobernantes de este país terminarán sus estudios sin tener pajolera idea de quienes fueron Cervantes, Calderón de la Barca o Lope de Vega y todo el siglo de oro que les acompañan. Porque, insisto, este es un país que se ha idiotizado con tanta farándula y tanto fútbol y tanto circo de chulos y putas VIPs, y lo estará aún más; lo verán reflejado en apenas un lustro cuando la gente acabe votando represión o libertad.

Ya conocen indicios como el de la leona de la prensa del corazón, que manda a que le escriban sus memorias pseudobiográficas basadas en grandes dosis de imaginación, y en cuyas dos primeras de semanas de ventas logra colocar más de cien mil ejemplares, convirtiéndose a la postre en el libro más vendido del año. Y todavía hay que tirar de orgullo para tratar de celebrar el día del libro y pese a que es una rara avis que los que deben ser ejemplares en todo (para eso son los representantes de la ciudadanía) lean al menos doce libros al año, cosa que, a juzgar por cómo hablan, escriben y reflexionan, me sumerge en un mar de dudas razonables y me produce una sensación de ahogo constante.

Lo que sucede de verdad en este país es que estamos convencidos de que todo cuanto nos rodea nos es ajeno. Somos una especie «atolondrada y agresiva y quizá mala, si hubiera otra especie con la que nos pudiéramos comparar». No miren hacia el vecino, la culpabilidad de cuanto sucede es solo suya, nuestra. Mire su propio ombligo y hallará la respuesta. Indígnese por usted, por cuanto de mal esté haciendo. Haga autocrítica y pregúntese qué puede hacer para solucionarlo y seguro hallará múltiples respuestas, si de verdad es sincero consigo mismo o al menos empatice con su vecino. Porque un ladrillo apenas hace bulto, pero miles de ladrillos conforman un muro con capacidad para evitar que permeen todas las vergüenzas fecales con las que nos han enlodazado durante tantos años. Qué más da que se llame Ignacio González, Francisco Correa, Sonia Castedo, Francisco Camps, Luis Bárcenas, Francisco Granados o Luis Roldán, Rafael Vera, Juan Guerra o José Barrionuevo o como demonios resulte ser la lotería que le toque al próximo Carlos Fabra. El nombre es lo de menos. Mientras la justicia dependa de algún modo de esos, sus amiguetes y sus afines empresarios, nunca devolverán el dinero de lo robado y aunque den con los huesos en la cárcel, antes o después saldrán; suele ser siempre antes de tiempo, y por la puerta de atrás para no hacer ruido. Y nos importará una mierda. Porque la levedad del ser humano, del españolito de a pie, viene a ser tan complaciente como esa cervecita que alivie las penas y un pincho o unas gambitas que alimenten nuestras sonrisas y acompañen al bálsamo, que podamos fotografiarla y poder compartirla para recabar cuantos más me gusta posibles en el muro de nuestra red social favorita. Y esto, queridos amigos, es ya insoportable.








© Daniel Moscugat, 2017.
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