Published mayo 03, 2017 by

Ñ

Cuando la RAE decidió suprimir la 'CH' y la 'LL' del diccionario (y así lo ejecutó) tras el X congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española celebrado allá por el año 1994, las dudas saltaron con todo tipo de especulaciones. Parecía que la robusta lengua española (déjenme que aproveche aquí que llamamos de mala manera 'castellana') se tambaleaba, y una cierta comidilla entre los círculos literarios y cultos de este país rumoreaba que podría suprimirse la ñ y sustituirse por alguna combinación de letras. Semejante idiotez no parecía tener cabida en ninguna cabeza lúcida. 

Apenas pasó de un simple rumor. Por aquella época sufría de un episodio de insomnio importante y una de aquellas noches me sirvió para poner los cimientos del poema que me trae ahora aquí. Apenas es poco más que un recuerdo. No obstante, es un soneto al que le tengo un especial cariño y quise que me acompañara siempre, a pesar de esa manía que tengo de tirar a la basura todo lo que no me complace, que no es poco, por no decir todo. Y ahí les dejo con este pequeño homenaje con el que quise imaginar, cuando éramos niños, cómo aprendimos en parvulario la letra con más carácter de todo el vocabulario y la que identifica el idioma español de cualquier otro idioma.




En una noche de largo desvelo
decidí componer este soneto.
La fantasía, cómplice de mi reto,
hizo de una sola letra el señuelo.

Historia magna el lazo del pañuelo,
que la nada sustenta con respeto;
garabatea como un niño inquieto
su inocente presencia en el cielo,

mas no por ello es bisoña belleza.
Merece asiento en el vocabulario,
la historia se lo debe por grandeza;

pues así aprendimos en parvulario:
la ene, con su pañuelo en la cabeza,
no era ene, sino eñe… ¡bravo corsario!



© Daniel Moscugat, 2002,2004.
© La paradoja del salmón (inédito).
® Texto protegido por la propiedad intelectual. 

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