Published mayo 08, 2017 by

Paisajes perdidos

Cuando uno abre los ojos después del fragor melódico que fluye por el tránsito onírico de los sueños, a veces se perpetúan imágenes residuales que, sin comprender muy bien por qué, nos evocan momentos de un tiempo nunca vivido, o parajes donde caminamos sin haber transitado por sus singladuras, quizá mares de otro tiempo que espuman el recuerdo de donde nunca estuvimos... pero nos resultan inequívocamente familiares. Los anhelos y recuerdos que perduran en nuestro mundo subconsciente se proyectan en la memoria colectiva, haciendo que el tránsito de vivir conecte con todos esos otros mundos que también proyectan su memoria. Así la vida cobra el breve sentido de unas pinceladas de amistad; de lo prosaico y lo poético, en definitiva, entrelazados como un sueño hecho de realidad, como si Friedrich hubiera regresado a la vida con los aparejos de Turner.

Cerrar los ojos y contemplar un paisaje donde quien convive dentro de cada individuo anhela estar aunque sea sólo unos instantes es, más que un deseo, un lienzo impregnado de tinturas de antojo y fantasía. Tal y como dijera Edgar Allan Poe: «Quienes sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche». La dificultad estriba en poder materializar esos sueños, esos mundos oníricos que tal vez no se corresponden con la realidad, que no afloran de noche aunque sí van unidos al subconsciente colectivo. Como un enjambre de laboriosas abejas, que parecen volar en desorden caótico, pero mantienen armonía y respeto entre sí, las pinceladas de Antonia María Samper se deslizan sobre el lienzo a su antojo, dibujando suaves harmonías que por desigual componen una melodía más que reconocible y familiar. Máculas de bondad que devoran otras agresivas matrimoniando así un compás de equilibrios, delineando en la nada un hipnótico espejo en el que reflejarse. Y así, conforme uno va leyendo ese códice en apariencia indescifrable, se percata de su afinidad con otro mundo, otro ser humano, con quien empatizar, a quien amar.

La evocación que se derrama sobre el lienzo se multiplica en la memoria colectiva del espectador. A veces es Roma, a veces Grecia, en otras ocasiones la Málaga morisca, o quizá la fragancia de un pasado Andalusí, puede que hasta un anhelo hermano del otro lado del Mediterráneo. Todo se impregna de un ayer que pervive en el recuerdo como una vivencia propia, en la memoria proyectada, en el subconsciente colectivo que cierra los ojos y sueña con paraísos imposibles, con colores abigarrados en cielos elefantiásticos que invitan a volar con alas de sueños diuturnos, ciudades imposibles que disuelven la murria que agolpa la sangre abandonada a la monotonía, lagos fantásticos que dinamitan los lastres de la realidad... Y entonces parece que uno huele la infancia, aquellos sabores y nutritivas fragancias que permanecían escondidos en la memoria imperfecta, tal y como nos lo plasmó Marcel Proust.

Caminamos a diario en busca del tiempo perdido, ese que permanece incrustado en algún recoveco de los recuerdos y que la oscuridad de la monotonía y la cotidianidad oculta en el desván de los juguetes imposibles con los que jugábamos en la infancia, en una infancia de cientos, muchos cientos de años... miles quizá. Allí encontramos esos colores olvidados, los momentos imposibles que nos empujaron a ser adultos y olvidamos su paradero, los juguetes de nuestra imaginación. Todo ello despertará en la retina como la fragilidad del amor materializado en cada trazo que sonríe tras el cristal del sueño evocador de cada lienzo. Y, como colofón al vuelo incierto de una abeja, deja su aguijón soterrado en la piel de la memoria e inocula el dulce veneno de la sonrisa. Porque son las sonrisas de Antonia María Samper las que se disfrazan de color y juegan al compás del antojo de unos pinceles que saben a las magdalenas de Proust, y ensueñan de día todo aquello que escapa a los que sueñan sólo de noche en la retina de quien se detiene ante cualquiera sus lienzos.








Texto de apoyo que acompaña al catálogo de la artista plástica Antonia María Samper para la exposición "Paisajes Perdidos" (del 5-18 de Mayo de 2017) que tuvo lugar en la sala Manuel Barbadillo, sede de APLAMA (Asociación de Artistas Plásticos de Málaga, C/ Comandante Benítez, 7. 29001-Málaga). 
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