Published noviembre 20, 2017 by

El cenit de la cultura basura


El Ministerio de Educación, Cultura y Deportes hizo público el pasado 17 de septiembre (2017) los premiados de este año en sus distintas categorías. Haré un inciso previo. Entre las distintas modalidades se encuentra la de tauromaquia, cosa que me parece repugnante, aunque esto es una opinión muy personal: «Herido está de muerte, el pueblo que con sangre se divierte». (Juan Ramón Jiménez). Podría ser parte de la cultura o de la forma de concebir la tradición de un país y aceptarlo sin ningún ápice de dudas en otro tiempo, pero en pleno siglo XXI, con la que está cayendo ya, ni siquiera podría entrar en la categoría de fiesta popular, a pesar de que otrora fuese parte de la vida y costumbre del reino de España.

Esta reflexión la pongo de manifiesto como preámbulo al premio de cultura en la modalidad de televisión y que a continuación cito textualmente del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes: «Concedido al programa televisivo El Hormiguero. La productora 7yAcción es una de las compañías de entretenimiento líderes en España. Fue creada en 2007 por Pablo Motos, uno de los presentadores con mayor relevancia de nuestro país y Jorge Salvador, un ejecutivo que acumula más de 25 años de experiencia en el sector audiovisual. El Hormiguero es el programa más exitoso de 7yAcción que emite Antena3 y de un gran éxito internacional».

Ha podido comprobar que las razones culturales esgrimidas por el Ministerio se ciñen a «los años de experiencia de la productora» y de ser El Hormiguero un programa producido por «una de las compañías de entretenimiento líderes en España». Una garantía cultural fuera de toda órbita eso de los años de experiencia (que para un currículum vitae puede valer) y sobre todo ser líder del entretenimiento en España, o lo que es igual, líder de audiencia, que a la postre se traduce en cash, lo de interés cultural, ya si eso… Me sorprende sobremanera que el Ministerio de Cultura haga coincidir en el mismo punto de confluencia la palabra cultura con entretenimiento; dos conceptos análogos en la misma dirección, pero diametralmente opuestos en el sentido intrínseco que parecen querer comprender los indiciarios árbitros del galardón. Cultura, según la RAE, es el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico», y «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial en una época, grupo social, etc...»

El programa es un espacio de entretenimiento al que acude un invitado, o varios, estelar(es)(¿?) para que se divierta(n), según su propio presentador («Hoy viene a nuestro programa a divertirse...»). Se hace partícipe al o los invitado(s) de los jueguecitos y chuminadas varias, no para enseñar, sino con el objeto de entretener y sorprender; cosas divertidas sin más trascendencia que la espectacularidad del momento y el entretenimiento lúdico. Ofrecen también pruebas de superación, concursos chorras que provocan en ocasiones vergüenza ajena y un sin fin de redundancias espectaculares varias que, a fuer de ser sincero, nada tienen que ver con el objetivo que marcan los invitados, esto es, la promoción de sus nuevas películas, o nuevos discos, o nuevos espectáculos, o las matanzas estelares de los diestros…, apenas supone un diez por ciento del programa que emplea todo su arsenal de espectáculo dantesco en chanzas y vilipendios varios, y que supuestamente aglutina un «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial».

Digo todo esto porque algo tan sencillo como que a un programa de televisión se le haya premiado por las razones esgrimidas por parte del Ministerio de Cultura, me parece el mejor ejemplo de por qué la sociedad española se encamina al triple mortal del más difícil todavía de la estupidez. Es decir, cuando los ciudadanos de a pie contemplan a través de sus tablas tontas (lo de cajas quedó en el siglo pasado) que al inominable programa se le otorga un premio de cultura, confunden la apuesta por ésta como un espectáculo, fomenta la idiosincrasia esperpéntica del ser humano como medio conductor de la excelencia cultural radiotelevisiva, e insta a los jóvenes a apostar por esa subcultura del entretenimiento basura de desperdicio de tiempo como ejemplo para poder recitar un poema en cada esquina y cobrar entrada por ello como una estrella del rock; dicho sea de paso, cosa que ya sucede y por interés puramente comercial las grandes editoriales ya cuentan con su adalid «poepatético». Al final uno cree que Unamuno debió de vestirse de saltimbanqui y meterse en un cañón circense para ser más mediático. Cuando uno de esos ve a Luis García Montero, a Joan Margarit o a Pere Gimferrer, les escupe a la cara (alegóricamente, claro) diciéndole que no les llega a la altura de las babuchas a los dioses de la literatura del momento; que quiénes son los estúpidos esos de Javier Sádaba, Emilio Lledó o Chantal Maillard; que quién será el majara ese que interpreta Banderas (Marcelino Sanz de Sautuola) en su nueva película... y me planto aquí que la lista es larga.

El caso es que cuando un joven oye en las noticias lo cultural que es El Hormiguero, que hasta le dan premios de cultura todo, con frecuencia acaba uno por oír a los más pequeños, en cualquier esquina, que cuando sean mayores quieren ser famosos a toda costa. Eso crea una especie de conciencia colectiva en la que la cultura tiene que ver intrínsecamente con fama y espectáculo de farándula. Pero hay algo más grave aún. El modo de tratar a los invitados, que es de lo más respetable, aunque a mi modo de ver se les retrata en una suerte de espectáculo dantesco y bochornoso que el espectador acepta como un ejemplo cultural y natural, dada la enjundia del galardón. Los hay incluso que disfrutan y se divierten, pero apenas reparan que para aquello que se les invita al programa, esto es, para la promoción de sus respectivos trabajos (culturales) quedan en un tercer o cuarto plano, se reduce a fuego vivo en apenas unos segundos. Lo que prima es la parafernalia, el ejemplo viviente para los más jóvenes (sin olvidar a los menos jóvenes) de que la cultura pasa por dar un par de vueltas de campana sobre una moto y una prueba de superación bajo el agua, porque eso sirve para vender muchos libros y que vaya todo el mundo en masa a ver la última película del fulano de turno. Cuando quien llega al programa es un elemento femenino, la cosa cambia a peor.

Voy a dejar atrás toda esa serie de comportamientos basados en topicazos aberrantes que se tienen en cuenta siempre que en el programa hay un encuentro con una (o varias) mujer(es); porque a esa bazofia ni se le puede llamar entrevista. La coloca en situaciones denigrantes que ni ella misma se percata del jardín en el que las han arrojado (a veces parece que la gracieta la pasa por alto debido la obligación de la promoción, que en realidad apenas si se produce). Pero incido ahora en el constante descalificativo áureo en torno a las féminas puesto que lo que prima en las preguntas de su conductor están ligadas en su mayoría a su aspecto físico, casi siempre con un tono sexual casi explícito. Como ejemplos, la mítica entrevista a «Las chicas del Cable» (Netflix), donde se les pregunta con qué actor de Hollywood les gustaría hacer una escena de cama, a lo que sorprendentemente responde cada cual el nombre de una estrella del firmamento jolibudiense, con preferencias y todo, oiga. Y con el añadido de preguntas interesantísimas del calibre: «¿Cuántos pendientes caben en tu oreja?». Y qué decir de aquella otra mítica charla (por calificarlo de  manera suave y digna) a Mónica Carrillo: «Tú eres un mito erótico y lo sabes», «Yo incluso veo las noticias sin volumen» (el estar informado parece que no forma parte del ideario cultural del presentador, a menos que haya que despotricar contra cualquier ideología que huela a izquiera o leer directamente de la Wikipedia), «¿tú llevas bikini o bañador?», «¿Crees que los hombres te leen por lo que escribes o porque les atraes tú?»... Así es el universo cultural del premiado por el Ministerio de Cultura. Y como colofón el tête a tête con Mónica Naranjo, esperpéntico: «Si yo tuviese el culo así haría el programa de espaldas», un comentario de garante cultural para ejemplo de este país; «¿pero esto es de verdad?» dice con tono incrédulo al mostrar la imagen de portada del disco de la cantante, donde aparece desnuda de espaldas; y redoble de tambores: «esto lo hago por el interés periodístico», con lo que acto seguido besó el culo de la cantante y pidió un aplauso para su trasero. Por el interés periodístico…

Siempre lleva por bandera el mismo tono irreverente, impregnado de tufo machista. Me quedaré con las ganas de que alguna mujer desplante estas actitudes para que hagan caer al lodo de la ignominia al maestro de la esgrima chabacana (no me extrañaría nada que acuda a algún miembro de la RAE para sacudirse la caspa del hombro). Pero si concluimos ya en que las habilidades de las chicas colaboradoras caen en la nulidad intelectual (porque parece que carecen de cerebro para dar más de sí), que los monólogos y chistes habituales que marcan los guionistas suelen ser de un pestazo a sudor y tabaco de mediados de siglo pasado, comprenderá usted que me indigne sobremanera que el estado español, con el dinero de todos, sea nuestro portavoz garantista de la cultura y premie CULTURALMEMTE (permítame la redundante cacofonía) este programa como el mejor de 2016. Me gustaría saber en qué ayuda el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico» cuando acaba la emisión de cada programa. Quizá la garantía cultural lo hayan medido según el calibre del trasero de Mónica Naranjo, dadas las circunstancias.

Desde hace muchos años ya, se nos quiere vender España como un estado rico en cultura. Si el concepto de quien tiene que velar por la cultura en este país, el Estado, premia la chabacanería, el machismo rancio, el espectáculo inútil, el divertimento banal y la sonrisa fácil casposa de mediados de siglo XX, y que denigre a la mujer en televisión, nadie podrá extrañarse de que estas actitudes se prolonguen en la calle, en el día a día, en la cosificación explícita o subliminal de la mujer por cada rincón y actitud... Que sí, que yo lo entiendo, que el programa es entretenido; no discuto eso a quien le parezca divertido, con su respetable encefalograma plano, mientras presencia el absurdo global. Que sí, que yo entiendo que sea un programa de éxito y que tenga las máximas cuotas de audiencia de este país y que le den premios por ello. Pero un galardón cultural cuyo resorte por el que pivota la garantía de concedérselo sea porque «la productora 7yAcción es una de las compañías de entretenimiento líderes en España. Fue creada en 2007 por Pablo Motos, uno de los presentadores con mayor relevancia de nuestro país y Jorge Salvador, un ejecutivo que acumula más de 25 años de experiencia en el sector audiovisual. El Hormiguero es el programa más exitoso de 7yAcción que emite Antena3 y de un gran éxito internacional», sólo consigue contribuir a alimentar ese monstruo que creíamos muerto por inanición, y con las posturas de este arranque de siglo parece ganar en salud la cultura del pelotazo de finales del siglo pasado. Las aspiraciones culturales de las nuevas generaciones van dirigidas con premios así a la persecución de la fama a toda costa, a acumular dinero fácil, esa cultura del pelotazo, en conclusión, que te lance al estrellato de manera rápida para poder enseñorearlo en programas culturales de postín como los Debates de Gran Hermano, Mujeres & Hombres y Viceversa o El Hormiguero. Premios al alcance de cualquiera, si lo premia el Ministerio de Cultura. ¿Y saben lo peor de todo? Que estos premios van firmados y avalados por S.S.M.M. los Reyes de España.

Cuando se dice y se comenta por ahí que «hay un exceso de sensibilidad en nuestra sociedad» y que «hay que tener muchísimo cuidado de cómo se habla y de lo que se dice», que «todo parece que se puede sacar de contexto»... etc., y sobre todo viniendo de una MUJER, es que esta sociedad necesita sobredosis educacional, esa que escasea por tantísimos recortes y por cada vez peores planes de estudio. Si no emplazas a los demás a respetarte como mujer, nadie lo hará por ti. Este es el primer ejercicio intelectual que debiera comenzar a exigir una mujer para cambiar la sociedad: para cambiar el mundo, uno ha de cambiar como ejemplo y exigirlo, sobre todo, a los casposos que se sienten cómodos con posiciones sociales de otras épocas.







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